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2.1 |
Esta respuesta se centra en los patrones
de medida clásica del clima (temperatura, precipitación, niveles del mar
y fenómenos extremos tales como inundaciones, sequías y tormentas), en
otros componentes del sistema climático terrestre (por ejemplo, los gases
de efecto invernadero, los aerosoles y los sistemas ecológicos), y en
la salud humana y los sectores socioeconómicos. El cambio climático, tal
y como se define por el IPCC, se refiere a importantes variaciones estadísticas
que persisten durante un período prolongado, normalmente de decenios o
incluso más. Incluye desplazamientos en la frecuencia y magnitud de fenómenos
meteorológicos esporádicos, además del aumento continuo y lento en la
temperatura media de la superficie de la Tierra. Por lo tanto, aquí nos
ocupamos de las variaciones climáticas y meteorológicas en todas las escalas
temporales y espaciales, lo que abarca las fuertes tormentas breves y
repentinas, los fenómenos estacionales como los producidos por El Niño,
hasta las sequías que duran decenios, y los cambios de temperaturas y
la variación de las capas de hielo que se han producido a lo largo de
siglos. Aunque la mayor parte de las variaciones climáticas a corto plazo
se consideran naturales en la actualidad, esta pregunta aborda sus impactos
por que representan un tipo de cambio que puede ser más duradero en el
clima futuro, debido a la acción perturbadora de la actividad humana (véase
la Pregunta 4). La atribución se define como el
proceso que permite identificar, con un determinado nivel de confianza,
las causas más probables del cambio detectado. Nos ocupamos tanto del
cambio climático atribuible al hombre, como del cambio climático que pueda
ser causado actualmente por factores naturales, pero que puede verse modificado
por influencia humana en el futuro (véase el Recuadro
3–1). |
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El sistema climático terrestre ha cambiado de manera
importante a escala nacional y mundial desde la época preindustrial,
y algunos de estos cambios se pueden atribuir a actividades humanas. |
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Las emisiones de gases de efecto invernadero
y aerosoles debidas a actividades humanas siguen alterando la atmósfera
de maneras que se proyecta que, según se prevé, afecten al clima (véase
el Cuadro 2–1). |
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2.4 |
Las concentraciones de gases de efecto
invernadero, en la atmósfera y su forzamiento radiactivo total, han aumentado
generalmente a lo largo del siglo XX como resultado de las actividades
humanas. Casi todos los gases de efecto invernadero alcanzaron
niveles sin precedentes durante el decenio de 1990 y continúan aumentando
(véase la Figura 2–1). El dióxido de carbono
(CO2) y el metano (CH4) atmosféricos han variado
en gran medida durante los ciclos glaciar e interglaciar de los últimos
420.000 años, pero incluso las máximas de estos primeros valores registrados
eran mucho menores que las concentraciones atmosféricas que se observan
en estos momentos. En términos del forzamiento radiactivo causado por
los gases de efecto invernadero emitidos por actividades humanas, el CO2
es el más importante de todos y el CH4 el segundo. De 1750
al 2000, la concentración del CO2 aumentó en un 31±4 por ciento,
y la del CH4 en un 151±25 por ciento (véase el Recuadro
2–1 y Figura 2–1). Estas tasas de aumento
no tienen precedentes. La combustión de combustibles tradujo durante el
decenio de 1980 una media de emisiones de 5,4 Gt C año-1, cifra
que se aumentó a 6,3 Gt C año-1 durante el decenio de 1990.
Cerca de tres cuartos partes del aumento del CO2 atmosférico
durante el decenio de 1990 se debieron a la combustión de combustibles
fósiles, y el resto puede atribuirse cambios en el uso de las tierras,
incluida la deforestación. Durante el siglo XIX y la mayor parte del XX,
la biosfera terrestre era una fuente neta de CO2 atmosférico,
pero se convirtió en un sumidero neto antes de finales del siglo XX. Se
puede determinar un aumento del CH4 con emisiones procedentes
de usos de energía, ganadería, el cultivo del arroz y los vertederos.
El aumento en las concentraciones de otros gases de efecto invernadero—particularmente
el ozono estratosférico (O3), tercero en orden de importancia—se
puede atribuir directamente a la combustión de combustibles fósiles, además
de otras emisiones agrícolas e industriales. |
GTI TIE Capítulos 3 & 4, & IEAAM |
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